Junto a la fuerza y caudal amazónicos de Whitman, la delgada fontana, la espina pura de agua, el irisado y anhelante surtidor de Emily Dickinson, quien vive su soledad, su amor y su corazón (1830-1886) -"siempre vestida de blanco, como perpetuo homenaje a un lejano amor platónico"- en un pueblecito de Nueva Inglaterra perdido en la inmensidad de Norte América, en la vastedad del siglo XIX.
© 2001-2024 Fundación Dialnet · Todos los derechos reservados