Se cumplen dos funciones en el presente artículo. Por un lado, exhibe los peculiares mecanismos que han dejado a la economía rusa más expuesta a la competencia externa de lo que dicha ortodoxia admite. Por otro, ubica los estragos que esa apertura ha provocado sobre la industria local en el contexto de un análisis preliminar del deplorable modelo económico que ha arraigado en la Rusia poscomunista. En octubre de 1991, el gobierno ruso optó por una estrategia de transición al capitalismo inspirada en el llamado Consenso de Washington. A más de diez años de distancia, esa transición ha dejado mucho que desear. En la polémica sobre las causas del revés, la ortodoxia convencional sostiene que el programa del Consenso no se ha aplicado en forma sistemática y coherente. Aduce, entre otros argumentos, que la liberalización externa ha sido limitada y de allí concluye que la economía rusa goza de altos niveles de protección.
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