En las tradiciones literarias del siglo XIX, el motivo del paisaje está vinculado profundamente con la instancia de un sujeto contemplando. El solipsismo romántico relaciona la naturaleza con recuerdos biográficos y la transforma en un lugar de la memoria individual y afectiva. La poesía moderna cancela tales correspondencias entre la experiencia interior y la percepción exterior. A partir de la generación del 27, el paisaje poético pierde su dimensión subjetiva y se convierte en un medio de experiencias trans-individuales. En la obra poética de Federico García Lorca se condensan de manera programática tales tendencias hacia una objetivación y abstracción de la naturaleza. Ya en el Poema del Cante Jondo (1921) el paisaje se emancipa de las correspondencias románticas mediante un juego refinado de relaciones sinestéticas. Las tendencias de una despersonalización lírica se radicalizan en los textos del Romancero gitano (1928). El último poemario de Lorca, El poeta en Nueva York (1930), transforma el pasaje finalmente en una alegoría metapoética y autorreferencial, marcando así el punto culminante de una abstracción progresiva del paisaje.
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