El extracto de las escuetas notas de un diario íntimo, prueba como la impenetrable muralla que durante varios siglos aisló a las moradoras de estos dos conventos, cedió no una, sino varias veces, durante el año de 1626 ante el único poder capaz de atravesarla: el del representante personal del Sumo Pontífice, que iba acompañado de un servidor culto y minucioso cuyos apuntes hemos utilizado.
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