Alemania estaba en la cima de su éxito y él era la cima de Alemania. Sólo Hitler superaba su poder. Su nombre ya se asociaba desde hacía años a la labor siniestra y represiva de las fuerzas policiales germanas, especialmente a las temibles Escuadras de Protección, las SS. Pero aún no se había identificado su estampa gris y anodina con la del ejecutor implacable que fue. Todavía se desconocía la magnitud del genocidio que se había diseñado y aplicado con una precisión fría y eficiente, acorde con el carácter taimado de aquel hombre, el Reichsführer Heinrich Himmler, que en octubre de 1940 protagonizó la visita más esperada en la España de la posguerra.
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