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Resumen de En la sala de espera de la Historia: Enrique Meneses y Hernán Zin

David Beriáin

  • Seguro que cuando Enrique Meneses lea esto se cabreará conmigo, porque no le gusta un pelo que le llame “maestro”. Siempre levanta el dedo y me dice que entonces yo sería un “pequeño saltamontes”. Me arriesgaré. Maestro es una palabra que llevo en las tripas, es la profesión de mi madre, que allá en Artajona, mi pueblo, nunca fue profesora, sino maestra. Más que lenguaje o matemáticas, mi madre enseña a vivir. Enrique también. Me enseñó a vivir el periodismo. Sin saberlo, sin conocernos, su entrevista con Fidel Castro en Sierra Maestra me puso en la senda de otras guerrillas y otras sierras. Me enseñó algo que queda fuera de las asignaturas de la carrera: a ser más cabezón que los demás, a levantarme después de cada fracaso, a perseguir una historia durante meses hasta que salga, porque vale la pena. Cuando lo conocí en Huelva hace dos años, se lo dije. Él sonrió y luego me dio un libro con sus memorias. “Este es mi testigo y te lo paso”, dijo. Lloré como una niña. Fue un honor que no merecía. Hay muchos otros que, mejor que yo, siguen la senda que trazó Enrique Meneses. Hernán Zin es uno de ellos, uno de los mejores. Enrique y Hernán comparten el mismo loco amor por este oficio. Los dos han labrado su propio camino, lejos de la seguridad y la comodidad de un sueldo fijo. Y los dos tienen esa mirada inquieta de los que viven en la sala de espera de la Historia, siempre listos para salir corriendo a contarla. La mirada de los reporteros.


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