Desde los programas de entretenimiento hasta la actualidad mediática, pasando por los discursos políticos, el recurso a las emociones se ha convertido en una de las figuras obligadas de la vida pública. Aunque las emociones, positivas o negativas, enriquecen la existencia, esta forma de expresión puede plantear desafíos temibles a la democracia cuando se hace invasora y tiende a reemplazar al análisis.
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