Aunque la trufa negra puede constituir actualmente una alternativa sostenible económica real y complementaria de otros aprovechamientos para montes mediterráneos poblados por encinas y otras especies forestales, como frecuentemente ponen de manifiesto las subastas de tales aprovechamientos, la evolución fisionómica de tales montes durante los últimos cuarenta años resulta negativa: la presión recolectora, especialmente en años de climatología desfavorable para el crecimiento de las trufas, ha ocasionado un decadencia más o menos acusada en los resultados de su recolección en los montes españoles.
Como consecuencia de lo dicho y estimulada por los siempre elevados, aunque sin duda volátiles, precios de la trufa, se ha intentado y conseguido la producción de trufa negra en plantaciones de específicamente dedicadas a ello. No obstante, la producción obtenida en tales cultivos es todavía muy escasa por varios motivos, entre los que destaca el largo período de carencia existente entre las primeras y más costosas inversiones y la obtención de las trufas; comparado con ello, los costes de mantenimiento y vigilancia, el control de calidad de la planta utilizada e incluso la inseguridad de los procedimientos de control artificial del proceso de micorrización suelen pesar menos en el ánimo de los inversores.
La investigación de nuevos procedimientos o de perfeccionamiento de los existentes resulta también muy afectada debido a tales largos tiempos de obtención de resultados, incluso con el abandono de experimentos ya en curso, en momentos de incertidumbre como los actuales. Resulta doblemente lamentable si se considera no sólo que las plantaciones truferas contribuirían probablemente a una mayor clarificación de los mercados y a cierto control fiscal sino también que la trufa es un valioso producto de exportación.
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