La imagen más acusada de Bolívar es la del Libertador. Nadie que apenas haya oído mencionar su obra hazañosa dejará luego de recordarlo como tal, a cualquier edad, con cualquier grado de conocimientos, dentro de cualquier situación social o política en que actúe. Para todos, Bolívar equivale a Libertador con precisión matemática. Es la ecuación fundamental de nuestra historia. Todos los tiempos de nuestro devenir convergen en él necesariamente. Esa convicción universal, masiva e irrevocable y agradecida es su gloria, gloria imperecedera que empolla su eternidad en el corazón de todo hombre verdaderamente libre. Gloria que, por lo demás, está indisolublemente unida a la guerra. Si es el Libertador es también el guerrero por antonomasia. La libertad nació del parto guerrero. Así, con la gratitud va la admiración del héroe fulgurante en cientos de combates. Y eso, desde luego, no puede discutirse. Sin embargo, el estruendo, el esplendor, la plenitud volcánica de la guerra desdibujan si no borran, para el hombre común principalmente, las otras facetas que integran diamantinamente su genio. (…)
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