Todos sabían que habría guerra. Pero pocos esperaban que la ofensiva arrancaría tan pronto y que sería tan brutal. Y, sobre todo, nadie esperaba que acabara en un extraño stand by con fecha de caducidad. Los malos resultados cosechados por el PSOE el 20-D le habían abierto a Pedro Sánchez la vía de agua que esperaban sus críticos, con Susana Díaz al frente de las tropas, para lanzarse a degüello contra él.
En una operación preparada al milímetro desde antes de las elecciones, y con la participación clave del asturiano Javier Fernández, se trataba de descabalgar a Sánchez de la Secretaría General del PSOE gracias a un ejército de barones territoriales sublevados. Pero Sánchez resistió mejor de lo esperado el embate.
Gracias a Cataluña, cuyas nuevas elecciones no sólo obligan a retrasar el Congreso del PSOE, sino que restan argumentos para apoyar un gobierno “antiseparatista” con el PP, ha ganado tiempo. Un tiempo en el que se la jugará a todo o nada: o llega a ser presidente del Gobierno o todo se acabó para él.
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