La modernidad, enraizada a las ideas de progreso e inteligibilidad infinita de lo real, a los principios de la revolución francesa ¡Liberté, égalité, fraternité!, desplegába-se con certeza y ceguera, conjurada por la fe en una razón universal omnipotente, y subsumida a la fundación filosófico-científica de una cosmovisión cernida en torno al hombre-centro, concebido éste como último y más preciado eslabón del proceso evolutivo.Pero, poco a poco, en pleno día y con la linterna encendida (F. Nietzsche), la autocadaverización de Dios (P. Mainländer), la crisis de las ciencias europeas (E. Husserl), el des-ocultamiento del inconsciente (S. Freud) y el derrumbe de las ideologías, abrieron al hombre a testimoniar la vivencia misma de la Nada.
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