Interrogando la conexión de los hechos que atraviesan el transcurso de nuestros tiempos, me inclino a creer que el discurso oficial no se ha valido nunca de argumentos sólidos para tratar con realismo u objetividad el tema de la actual diáspora africana en Europa, máxime si se plantea desde un país influido por un pensamiento unidimensional de segundo grado que omite la reflexión antitética y la posibilidad de abrir un debate profundo que tienda a superar el inmovilismo que nos ha legado el franquismo, como se observa en España. Para el intérprete que pretenda ir más allá de lo aparente, la ola de emigración africana y de los países del mal llamado Tercer Mundo hacia otros horizontes es la consecuencia más inmediata de la explotación que sufren, una situación creada que los ha llevado a la negación de los valores elementales que defienden la dignidad humana. En concreto, se sabe que África es uno de los continentes más ricos del mundo, pero que sus recursos naturales están siendo explotados por las potencias neocoloniales.
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