Entre los años inmediatamente posteriores a la crucifixión de Jesús de Nazaret y el gobierno del emperador hispano Teodosio las extensas tierras dominadas por Roma (incluida la actual Andalucía) asistieron al nacimiento, expansión y triunfo del cristianismo; una religión oriental que, a diferencia de los tradicionales cultos paganos —o del culto imperial—, a los que desde muy pronto se enfrentó, prometía a sus creyentes la salvación eterna. La historia del Imperio romano no puede entenderse sin ese proceso conflictivo, como tampoco nuestra "civilización occidental".
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