El Zarco es el estereotipo del macho del siglo XIX.1 Es un hombre que lleva al extremo los rasgos de la masculinidad: temerario, al margen de la ley, sin estabilidad en el trabajo y en los sentimientos, de “organización grosera y sensual”, acostumbrado al vicio y, únicamente, conocía el “amor material comprado con el dinero del juego o del robo”. Todo ello, según el relato de Altamirano, se debía a una mala educación recibida desde la infancia, a lo que ahora designamos como “desintegración familiar” y a un resentimiento social: “no se le recordaba haber sentido simpatía ni adhesión a nadie”.
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