Quince años hizo el 25 de julio que desapareció de entre nosotros don Tomás Rueda Vargas. Su nombre, ejemplar por muchos conceptos, viene siempre nimbado de las virtudes cardinales que conformaron su tarea y su vida.
Escritor nato, sabía manejar el idioma con singular pericia sin caer en rebuscamientos ni en gongorismos. Su pensamiento era diáfano por lo cual no se perdía en el laberinto de las palabras.
Apenas éstas eran el dócil instrumento para su dialéctica, para ese generoso razo namiento intelectual que constituía el Alfa y el Omega de su diario batallar.
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