Frecuentemente escuchamos que la causa y la justificación por la cual se decide escolarizar a niños y niñas tan pequeños es que «se aburren en casa porque necesitan estar con otros niños y niñas de su edad», como si el «estar con» fuera un acontecimiento impregnado de habitualidad, que se da naturalmente y por proximidad entre los seres humanos. Ser con otros implica un proceso interno, que se traduce, se visualiza en el placer de existir, pero no como polo opuesto al aburrimiento –que por cierto podría ser una punta que abre a la creatividad– sino en relación con el placer de aprender a palpitar con otro humano.
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