Decir Lana Turner en la España de los años cuarenta equivalía a decir "Señora estupenda", pues al margen de su indiscutible talento artístico, era una dama de rompe y rasga: "Cambio colchón con lana nueva por colchón con Lana Turner", decía un mal chiste de la época. Su imagen artística y personal estaba rodeada por una aureola de misterio, desde aquellos lejanos años de su juventud, cuando fue descubierta por un cazatalentos en un bar de Hollywood, hasta el dudoso y nunca sufientemente aclarado episodio del asesinato de su amante por parte de su hija Cheryl. Todo ello pasando por siete matrimonios y consiguientes divorcios con personajes tan dispares como un músico, dos hombres de negocios, un millonario deportista o un mal comediante cuya máxima habilidad consistía en hipnotizar a los clientes en las salas de fiesta donde actuaba. Porque Lana Turner, con su rubia -y teñida- cabellera, su especial sentido del humor, su indiscutible belleza y la atracción que por ella sentía la cámara, fue una de las estrellas que contribuyeron a dar prestigio al glamouroso Hollywood de la edad dorada.
© 2001-2024 Fundación Dialnet · Todos los derechos reservados