¿Qué sucedería si un cineasta occidental intentase aplicar a una de sus películas las técnicas propagandísticas del hiperpolitizado cine de Corea del Norte? ¿Podría cosechar algún fruto razonable o sólo cabría esperar una caricatura delirante y grotesca de un modelo que utiliza el celuloide como arma de adoctrinamiento masivo? Este es el reto que se planteó en 2010 la directora australiana Anna Broinowski. El resultado una obra que destripa y expone los mecanismos sobre los que se basa la cinematografía de propaganda política. Algo que en si mismo genera reflexiones útiles para el historiador y constituye incluso una sugerencia metodológica.
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