El final de la Guerra Fría en 1991, propició el desarrollo de mercados internacionales a una escala nunca vista hasta entonces. En lo que respecta al espacio ex soviético, dado que era básicamente de entidad continental, se debía llegar a los mercados, principalmente por medio de comunicaciones terrestres. En las grandes extensiones del continente eurasiático las antiguas rutas comerciales fueron revitalizadas gracias a la capacidad de transporte y la competitividad del transporte ferroviario. El tren Viking, que une los puertos de Klaipeda, en Lituania, y Odesa (Ilyichevsk) en Ucrania, a través de territorio bielorruso, fue una de las empresas pensadas para aprovechar nuevos mercados a través de las rutas comerciales antiguas. El proyecto compitió para establecerse como una de las principales vías destinadas a aglutinar productos occidentales hacia mercados orientales y viceversa, reabriendo el antiguo eje que unía a Escandinavia y el Báltico con el Imperio bizantino. Sin embargo, diez años después de su puesta en marcha, parece evidente que los países asociados al proyecto Viking, víctimas de las limitaciones tecnológicas y geográficas, no supieron aprovechar la ocasión de consolidarlo y fortalecerse ante futuros competidores.
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