A lo largo de su vida, Alberto Magno recorrió miles de kilómetros a pie. Atendía así a los preceptos de su orden monástica, la de los predicadores, de llevar la palabra divina por los burgos y aldeas de Europa. En sus viajes fue agasajado por próceres, disertó en las nacientes universidades y conversó con el pueblo llano, los campesinos, pescadores y mineros que encontraba en su camino. Legado de su inmensa curiosidad es una obra escrita desbordante: unos setenta libros y tratados manuscritos cuya catalogación moderna se traduciría en más de veinte mil páginas impresas.
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