El 10 de septiembre de 2008 inició sus actividades operativas en Ginebra el Gran Colisionador de Hadrones (LHC). La entrada en funcionamiento de este acelerador de partículas trascendió el ámbito especializado y se convirtió en noticia de primera plana en todo el mundo. Tal expectación se justificaba no sólo para la enorme inversión económica realizada en este proyecto, el de mayor envergadura de la historia de la ciencia. También la alimentaba la indisimulada ambición de sus investigadores: proclamaban que podrían desentrañar algunos secretos íntimos de la materia y recrear en los experimentos condiciones de energía próximas a las que debieron tener lugar durante el cataclísmico inicio del Universo.
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