Einstein es algo más que un apellido. En el acervo popular se entiende hoy como sinónimo de sabio, genio, cima de la inteligencia, arquetipo del científico. Como en una antigua saga de héroes, la imagen de aquel judío alemán que revolucionó la física desde una insula Oficina de Patentes en Berna ha desbordado la propia condición de su espacio y su tiempo. Se ha hecho leyenda. Una leyenda en las aulas y entre los eruditos. Pero también un personaje de la mítica popular, reclamo publicitario, objeto de merchandising resumido en un pin o estampado en livianas camisetas. La imagen seria y apocada de su juventud apenas se recuerda. El rostro del anciano greñudo y bondadoso, el del rebelde iconoclasta que enseñaba la lengua al mundo sigue, en cambio, seduciendo a las generaciones nuevas.
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