La reforma migratoria, la apuesta por la normalización de relaciones con Cuba y el apoyo a las negociaciones de paz en Colombia modifican la política de EE UU hacia sus vecinos americanos. ¿Cuál será el impacto de lo que se percibe como una relación más horizontal? Dicen que los americanos (los yanquis) siempre hacen lo correcto ... después de haber hecho todo lo demás. A juzgar por la política que Washington implementa ahora en Colombia y Cuba, después de 50 años, la frase no podría ser más cierta. Es cierto que este cambio es posible porque estamos en la posguerra fría, y tanto el embargo cubano como el combate contra las guerrillas colombianas son subproductos de ese periodo, marcado por el enfrentamiento entre los dos modelos de sociedad y Estado en que quedó dividido el mundo en 1945, tras la Segunda Guerra mundial.
En Estados Unidos están pasando cosas. Se abre paso un tiempo nuevo que podría dar lugar al surgimiento de unas relaciones hemisféricas diferentes. El presidente Barack Obama, a quien se ha acusado de carecer de política para América Latina, está tomando decisiones de honda repercusión. Reforma migratoria, apertura con Cuba y la posibilidad de la paz en Colombia, entre otros asuntos, forman parte de lo que parecería ser una partitura nunca tocada para las Américas, que si bien no ha sido formulada explícitamente - e incluso hay quienes no creen que exista - , tiene capacidad para ilusionar.
Las relaciones entre Washington y el resto de pueblos al sur del río Grande han sido tradicionalmente conflictivas. Es una historia con más desencuentros que encuentros. EE UU siempre ha tenido dificultades para entender y relacionarse con el resto de culturas americanas, producto quizá de la negación de una parte de su propia identidad: su lado hispánico, el cual, como recuerda el historiador Felipe Fernández-Armesto, es más antiguo que el anglosajón, que terminó imponiéndose como mito fundacional y creando un perfil diferente a lo que es en realidad toda América: un mundo nuevo, diverso y plural, y no una sociedad homogénea y trasplantada, como se ha pensado desde el relato blanco. Por ello, no es casual que la modificación de la política en asuntos tan sensibles como inmigración, Cuba o Colombia, se dé cuando está al frente de sus destinos una persona mestiza, más parecida a los hombres del Caribe que al prototipo que ha encarnado el inquilino de la Casa Blanca. Obama es el primer presidente realmente americano, en tanto que se parece más a lo que es América.
Los desencuentros han sido múltiples, y conforman una larga y amarga crónica con decenas de capítulos que se inician antes de 1823, cuando el presidente John Quincy Adams y su secretario de Estado, James Monroe, instruyeron a su embajador en España sobre su visión respecto a Cuba y Puerto Rico, a las que consideraban apéndices naturales del continente norteamericano. "Una de ellas - dicen en el mensaje - casi visible desde nuestras costas, se ha convertido, desde múltiples consideraciones, en un objeto de trascendental importancia para los intereses comerciales y políticos de la Unión"
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