Hume llama virtudes a ciertas cualidades, no de las acciones aisladas sino del carácter de quien las ejecuta, que despiertan en nosotros un sentimiento de aprobación. Esas cualidades pueden ser agradables o útiles a la persona que las posee, como la templanza, la sobriedad, la paciencia o el orden y pueden ser agradables o útiles a los demás, como el ingenio, la generosidad, la benevolencia o la justicia. Las virtudes del primer tipo y las del segundo no son excluyentes, ya que una cualidad del carácter puede ser agradable o útil a nosotros mismos y a la vez a los demás. Pero el hecho de que se incluya entre las virtudes ciertas cualidades que sólo son agradables o útiles para quien las posee, demuestra que la aprobación moral se funda en un principio de comunicación de sentimientos, que es lo que Hume llama simpatía. Sólo porque todos los seres humanos somos capaces de experimentar los mismos sentimientos, aprobamos cualidades que no nos conciernen ni benefician a nosotros mismos. Es decir, la aprobación moral es un sentimiento, pero no subjetivo ni parcial, en cuanto no surge de manera inmediata de mi propio placer, sino que aquello que lo provoca es considerado con independencia de mis propias circunstancias e intereses personales. La moral de Hume no se reduce a un mero hedonismo psicológico sino que presenta una dimensión social que discutiremos en lo que sigue.
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