Intentar hacer vivir a los más pequeños al margen de la tecnología en pleno siglo XXI sería como intentar que un pez viviera al margen del agua. Tarde o temprano, lo que para nosotros pueden parecer innovaciones más o menos interesantes se convertirán en elementos habituales de su rutina diaria, y no parece nada razonable pretender aislarlos totalmente de su realidad futura. Por otra parte, y como ante cualquier otra herramienta con posibilidades lúdicas e, incluso, pedagógicas, también podemos ver el vaso medio pleno, y aunque esta tecnología no esté libre de riesgos, es evidente que algún provecho podemos sacarle.
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