Gran escritora, gran lectora y grandísima mujer. Hoy reconocemos a Teresa de Avila como una de las plumas más importantes de nuestra lengua. Pero no siempre fue así. En su tiempo, para no ser condenada por la Inquisición, debía mentir: "me lo han mandado [sus confesores]... mucho me cuesta emplearme en escribir, cuando debería ocuparme en hilar... de esto deberían escribir otros más entendidos y no yo, que soy mujer y ruin... como no tengo letras, podrá ser que me equivoque... escribo para mujeres que no entienden otros libros más complicados...". A pesar de sus empeños, los censores estaban al acecho.
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