Todavía en pleno siglo XXI la figura de Hernán Cortés sigue despertando pasiones encontradas. Pero lo cierto es que ni fue un caballero andante ni un santo, sino ni más ni menos que un conquistador. Una persona con las mismas virtudes y defectos que la mayor parte de las gentes de su época. Un conquistador con suerte, pero a fin de cuentas un conquistador, con sus éxitos y sus fracasos. Un hombre que sabía reír y también llorar. Contaba Herrera que, tras conocer la magnitud del desastre de la Noche Triste, no pudo contener las lágrimas. Fue compasivo o cruel, dependiendo de las circunstancias.
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