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Eldorado: Evocación Y Mito En La Narrativa De Inés Arredondo

  • Autores: Ana Rosa Domenella Amadio
  • Localización: Xihmai, ISSN-e 1870-6703, Vol. 9, Nº. 17, 2014 (Ejemplar dedicado a: Xihmai No. 17)
  • Idioma: español
  • Es reseña de:

    • Eldorado: Evocación Y Mito En La Narrativa De Inés Arredondo

      Ana Rosa Domenella Amadio

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  • Resumen
    • El paisaje es la naturaleza amigada con el hombre. José Lezama Lima Los mapas despiertan las fantasías de las fronteras, y crean la ilusión de tener al mundo en un puño. Alejandro Rossi, La fábula de las regiones.   A fines de la década de los años noventa, viajé a Culiacán, invitada por Dina Grijalva, por entonces Directora de la Escuela de Letras en la Universidad Autónoma de Sinaloa. El motivo era la inauguración de la Cátedra Inés Arredondo, con el propósito de darla a conocer a círculos más amplios de lectores sinaloenses. Porque como afirma con razón la biógrafa y especialista en su obra, Claudia Albarrán, citada por Dina Grijalva en su Introducción: “Más aplaudida que leída, más adulada que comprendida […] su obra continúa siendo un enigma por descifrar […]”.   Sin embargo, en los últimos años han aparecido algunos libros y revistas dedicadas a su obra; y el libro Eldorado: evocación y mito en la narrativa de Inés Arredondo es un excelente pretexto para releer sus cuentos a la luz del acucioso análisis que elabora nuestra crítica. En aquella primera visita a la otrora región de los once ríos, tuve la oportunidad de disfrutar de la cordialidad de la anfitriona quien preparó, con otras dos colegas, una excursión al famoso pueblo que bordea la mítica hacienda de Eldorado, espacio que Inés eligió, entre otros posibles, para recrear su infancia y que Dina Grijalva elige, a su vez, para convertirlo en el eje axial de su estudio en torno a nueve de los cuentos de Arredondo que se ambientan en la hacienda azucarera propiedad de la familia Redo-de la Vega, cuya construcción (de casco de hacienda y huertos aledaños) se inicia en 1900; años después, la familia fundadora huye al extranjero en los turbulentos años de la Revolución. Cuando Inés Arredondo visitaba en este lugar a sus abuelos maternos en las vacaciones escolares, ya no tenía el esplendor de la época del Porfiriato, y cuando me llevaron a conocerlo, el deterioro era absoluto. La construcción de la casa principal, de dos plantas y amplias galerías, tenía ventanas y puertas desvencijadas y con candado. En uno de los patios, un trabajador de rasgos orientales, como el personaje de “Las palabras silenciosas”, analizado con lucidez por Grijalva, escogía entre los rizomas de jengibre. Quedaban en pie grandes árboles con lianas hasta el suelo, cubiertos de hierbas silvestres y hojas secas que contribuían al ambiente de abandono entre colores verdes y ocres.   El libro que Dina le dedica a Eldorado en la narrativa de Arredondo, inicia con la cita de un poema de Edgar Allan Poe, que a su vez la autora utiliza como marco de su cuento “Las mariposas nocturnas”. Escribió Poe: “es celeste Eldorado y Tierra Santa”, pero también lo describe con “una hechizada bruma” y “una senda oscura y desolada”. Esa doble connotación de Paraíso e Infierno remite a La Divina Comedia de Dante y Dina Grijalva lo retoma en la Introducción para anticipar el estudio de los personajes que lo habitan en sus cuentos y que recorren un periplo que inicia en la inocencia y el goce de un sitio edénico, hasta llegar a un estado de horror y locura, y al descubrimiento de un espacio interior, evocador de lo infernal.   Para otra de las estudiosas citadas por la autora, Graciela Martínez–Zalce, “Eldorado es el ámbito de la posibilidad infinita”. Para la autora sonorense, aquel espacio mitificado a través de la escritura “fue creado, construido árbol por árbol, sombra tras sombra” por dos hombres –padre e hijo– en dos generaciones y lo que sería más importante: “inventaron un paisaje, un pueblo y una manera de vivir” y su abuelo Francisco Arredondo contribuyó en ese proyecto. Lo que la escritora resalta es la voluntad y el lujo de “hacer” por sobre el lujo de “tener”. De los nueve cuentos trabajados, seleccionados de los tres volúmenes de cuentos de Arredondo, el primero es “Estío”, el que inicia su libro La señal (1965). La crítica lo denomina como “perturbador”, al abordar a una madre deseante de su hijo adolescente (o el descubrimiento de ese oscuro deseo en unas vacaciones del hijo y su amigo entre playa, río, huertas y mucho calor). Dina Grijalva propone leer “Estío” como una especie de secuencia temporal de otro cuento del volumen, “El árbol”, donde se narra la muerte accidental de Lucano Armenta luego de haber plantado un árbol para celebrar el nacimiento de su hijo y la locura que el dolor desata en la joven viuda, porque la muerte –como escribía Simone de Beauvoir– es siempre una “violencia indebida”. Aquel huérfano sería Román, el que despierta la tentación del incesto, “uno de los polos ideales de todo amor” según las palabras de Tomás Segovia que Grijalva elige como epígrafe de su ensayo.   “El membrillo” fue el primer cuento que escribió Arredondo en 1955, a raíz de la muerte de su segundo hijo (tuvo cuatro en su matrimonio con Segovia). “Yo estaba francamente mal,” recuerda en una entrevista y también reconoce que le costaba mucho escribir y que “gracias a Dios” no tenía ninguna facilidad para hacerlo. De allí la brevedad de su obra, pero también el moroso trabajo con la escritura, que analiza su crítica en una prosa que fluye y convence.   En este primer relato sobre amores y desencuentros de adolescentes, la pérdida de la inocencia no conduce a la muerte y la locura; como es el caso de los cuentos siguientes, “Olga” y “Mariana”. El estudio se centra en ese amor–pasión que estalla en un supuesto espacio edénico y que nos lleva a recordar una afirmación de Roland Barthes en Fragmentos de un discurso amoroso: “La carga moral, decidida por la sociedad para todas las transgresiones, golpea todavía más hoy a la pasión que al sexo”. Para la propia Inés Arredondo “la pasión que lo llena todo no obedece a las leyes de la Naturaleza sino a las del espíritu”, y Dina Grijalva elige estas palabras como epígrafe para su análisis.   Del segundo libro de Arredondo, Río subterráneo (1979), que ganó el premio Xavier Villaurrutia, la autora analiza un cuento menos conocido, “Silenciosas palabras”, cuyo protagonista es un inmigrante chino que vive y trabaja en Eldorado, está casado con una mujer del lugar que no lo comprende y tiene tres hijos que solo piensan en heredar sus tierras, que sin embargo pertenecen al hacendado Don Hernán, quien a veces lo llama Confucio o Li Po o le regala un libro de Thomas de Quincey. Con estos referentes y los poemas que Manuel cita para responder a su mujer, se teje un rico tapiz intertextual y multicultural en la escritora sinaloense y un cuidadoso estudio de fuentes por parte de su crítica, quien deduce que el libro regalado del culto hacendado a su trabajador oriental sería Confesiones de un comedor de opio, ya que Manuel, además de verduras (“velulas”) y flores, cultiva adormideras.   Si en este cuento se tiene como trasfondo la injusta campaña antichina en época del Callismo, en “Río subterráneo” irrumpe la violencia revolucionaria en la vida y en la propiedad de los cuatro hermanos que protagonizan el relato, cercados desde tiempo atrás por la soledad, la locura y el deseo incestuoso. La historia se construye a partir de una carta que la hermana menor escribe a su sobrino para evitar que llegue a la casa de la majestuosa escalera que desciende hacia el río y tratar de salvarlo del trágico destino familiar. Dina Grijalva realiza una lectura lograda y convincente de este famoso cuento de Arredondo, en diálogo intratextual con otros relatos y reconoce la maestría de la autora para abordar oscuras pulsiones, donde la belleza se une al horror a través del discurso artístico.   Otro cuento de perversiones y voluptuosidades que se incluye es “Las mariposas nocturnas”, donde según nuestra crítica, se “entretejen diversos géneros narrativos: misterio, suspenso, crónica de viaje y relato de educación” y, a la vez, son parodiados en sus versiones canónicas. El punto de vista elegido para contar la historia de la joven convertida en Lía es el del celoso Lótar, sirviente y amante de Don Hernán, que no comprende su decisión final de abandonar la hacienda y a su culto y perverso seductor, despreciando las joyas y las comodidades, pero dueña ya de su vida y con un acervo cultural conseguido a través de viajes, lecturas y museos.   Del tercer y último libro de Arredondo, Los espejos (1988), Dina Grijalva estudia el primero y el último, “Sombra entre sombras”, en el que me detendré brevemente. Elige un epígrafe de Thomas Mann muy apropiado al tema del relato: “Tal vez de lo monstruoso florezca lo perfecto”. Temas recurrentes, pero de diversa factura narrativa, incluyen la tensión entre lo bello y lo monstruoso, “la ética y la estética de la perversión, la búsqueda del amor–pasión como absoluto”. En este terrible relato de Arredondo, afirma nuestra crítica, “lo siniestro y lo perverso lindan con lo bello por vía del amor”. La vida de Laura, desde la cual se focaliza el cuento, transcurre desde los 15 años en que se casa (con anuencia de su madre-celestina) con el rico y con fama de perverso don Ermilo Paredes, de 48 años, hasta los 72 años, ya viuda y presa, ahora por “amor”, de los delirios de su amante Samuel en orgías donde ella es la única mujer y la rodean múltiples y sucesivos “Ermilos” que contrata Samuel para intentar reproducir antiguas bacanales. En sucesivos descensos vitales, Laura se va alejando de la alegría del sol y de la luminosidad de las telas y las joyas y se convierte en una especie de sacerdotisa de “la luna siniestra y menguante” en una casa saqueada y envilecida.  Laura no se queja de ese “naufragio que es la  vejez”, según Montaigne, ni de su boca desdentada y de las heridas de su cuerpo durante las orgías, ni de la sordidez de la antigua mansión, sino de no poder retener a su amado Samuel, ahora de 58 años, solo para ella.   Finalizo recomendando, ampliamente, la lectura y la consulta del libro de Dina Grijalva que hoy nos convoca y compartiendo esta reflexión de Piglia, quien escribe: “El crítico como el detective, trata de descifrar un enigma. El gran crítico es un aventurero que se mueve entre los textos buscando un secreto que a veces no existe.” [1] Doctora en Literatura Hispánica por El Colegio de México. Profesora-investigadora del Área de Literatura Hispanoamericana del Departamento de Filosofía de la Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa. Autora de numerosos artículos sobre literatura mexicana e hispanoamericana y de los libros Jorge Ibargüengoitia: ironía, humor y grotesco. “Los relámpagos desmitificadores” y otros ensayos críticos (2011) y Jorge Ibargüengoitia: la transgresión por la ironía (1989); coordinadora de diversos volúmenes de crítica literaria, entre los que destacan (Re)escribir la historia desde la novela de fin de siglo: Argentina, Caribe, México (2002),  Territorio de leonas: cartografía de narradoras mexicanas en los noventa (2001) y Las voces olvidadas. Antología crítica de narradoras mexicanas nacidas en el siglo XIX (en colaboración con Nora Pasternac, 1991). ardomenella@gmail.com


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