La línea de renuncia estética que el padre Aguilar iniciase en el Crucificado de Carabanchel tuvo su continuidad en las piezas que realizaría a partir de 1956 en su nuevo destino, Sevilla. Alejado ya de propuestas plásticas amparadas en la tradición barroca, y cada vez más cercano a los postulados emanados del Concilio Vaticano II respecto a la Liturgia y el Arte, fray José María comenzaba entonces a dotar a sus imágenes de un nuevo sentido cultual, característica ésta que tendrá su culmen en las imágenes meditacionales realizadas una vez que, por motivos de salud, hubiese de trasladarse a Inca.
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