La viticultura es uno de los símbolos culturales más significativos de los pueblos mediterráneos. Tras la caída del Imperio romano se mantuvo este cultivo en el Occidente medieval gracias al valor simbólico que el vino cobra en la Eucaristía, a su uso como alimento básico en la mesa de ricos y pobres, y a la diligente labor roturadora y colonizadora de los monasterios, que empleaban como mano de obra a unos siervos muy poco valorados moralmente al comienzo del medioevo, pero que progresivamente son apreciados a medida que su trabajo se hace indispensable para mantener en pie el edificio tripartito de la sociedad feudal
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