Uno de los principales objetivos de la dramaturgia bretchiana -un artefacto capaz de trastocar por completo los esquemas teatrales de la segunda mitad del siglo XX y, por lo que se ve, seguir dando que hablar en el XXI-, es el distanciamiento (del público respecto de lo que sucede en el escenario, del actor respecto de su personaje...) Mucho se ha escrito sobre esta cuestión, pero nadie como Terry Eagleton ha sabido sacar a la luz -y en tan pocas páginas- sus profundas implicaciones.
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