Cuando José Kozer y yo compusimos Medusario (Echavarren, 1996) en los primeros noventa, no existía el internet. Éramos prediluvianos. Dependíamos del correo para recibir y enviar información a través de Latinoamérica. Algunos amigos nos traían libros de algún país lejano o extraños ponderaban las virtudes de uno u otro poeta desconocido. En cualquier caso, uno debía ser paciente y esforzado para obtener desde Nueva York noticias acerca de lo que sucedía en los diversos ámbitos de habla española y portuguesa. La distribución transcontinental de pequeñas editoriales bordeaba en la nada. Cada libro parecía destinado a florecer y morir en el limitado circuito de la ciudad o país donde había aparecido, sin que fuese posible relacionarlo a otras tentativas equivalentes en diversos puntos de América. En tal circunstancia, se volvió relevante yuxtaponer obras y tendencias, compararlas y contrastarlas, encontrar afinidades o diferencias entre ellas. Se me ocurrió hacer una muestra, un cierto precipitado, acerca de lo que nos parecían las manifestaciones más interesantes de la nueva poesía. Nuestro propósito no era antologar, inventariar cada línea o tendencia dentro de un espectro abarcador. Una antología supuestamente ofrece un panorama comprensivo, hace justicia a un conjunto azaroso de contribuciones que coexisten en cierto contexto o tradición. Una muestra, en cambio, nos convierte en curadores de un tema o problema, tal el curador de una exposición de pintura, que reúne un conglomerado singular de obras, o el discjockey, que samplea y combina ciertos temas.
© 2001-2024 Fundación Dialnet · Todos los derechos reservados