Miguel Alberto González González
Lasdemocracias contemporáneas, por no decir, modernas, han venido confabulándosecon los medios de comunicación, los unos y los otros se soportan, al fin decuentas hay una simpatía común, las democracias por expandir una buena imagen ylos medios de comunicación por hacerse a los jugosos contratos, pues losvínculos son mediados por el dinero, la sociedad es el pretexto, la coartada yla información entregada es el camino para sus fines.Losque se oponen al poder, terminan siendo acallados con prebendas y en lascontiendas electorales, nunca se establece cual es la verdadera filiaciónpolítica de los medios; al fin de cuentas, sus informaciones disfrazadas dedemocráticas esconden la verdad, puesto que, en la mayoría de los países losdueños de las grandes cadenas informativas son “prestigiosos políticos” o“filántropos perdidos en el dinero”.Enla discusión queda por desenmascarar el contubernio que, cada vez, es másevidente: poder-medios de comunicación,y “la democracia es el medio”, pero el fin no ha cambiado: “hacer un negociocon la información para privilegiar a los mismos”. Las fronteras y los panoramasentre medios de comunicación y las democracias contemporáneas pasan pordiversos dramas éticos que se tratan de visualizar, sin que ello implique unacondena o absolución. La educación, por no decir la filosofía, como en muchosotros casos, sigue anestesiada, a veces, parece comprada porque sus voces no seescuchan; “el silencio otorga” reza un refrán popular.
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