El proceso de construcción del orden político moderno es el producto de la progresiva transformación de los instrumentos político, económico e institucionales. Ni la violencia ni la guerra tuvieron un papel especialmente destacado en el proceso de construcción de la sociedad vasca moderna. El proceso político obliga al nacionalismo a un largo recorrido.
Las transformaciones estructurales de la década de los sesenta, la entrada en la historia de una nueva generación -hijos de los derrotados en la guerra civil- y el accionalismo radical del neonacionalismo de ETA, transforman la mirada del nacionalismo vasco. El nacionalismo se encuentra con que los procesos y los mecanismos que en su tiempo le sirvieron para realimentarse pierden validez en las nuevas condiciones que propone la democracia formal. El nacionalismo encara las consecuencias del éxito y percibe que también de éxito se puede morir. La posición ante la violencia armada de ETA y sus consecuencias, y ante las reglas de juego que institucionaliza la democracia, sumen al mundo nacionalista ante rupturas sin parangón en los cien años de historia.
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