La herencia de George W. Bush persigue a Barack Obama al final de su presidencia. La recomposición de Al Qaeda en Irak y el futuro incierto en Afganistán amenazan la estabilidad de Oriente Próximo.
Cuando Barack Obama fue elegido presidente de Estados Unidos en 2008 nadie le envidiaba la herencia que recibía de su desastroso predecesor: una crisis económica que amenazaba con hundir el sistema financiero mundial, una disparatada intervención militar en Irak y otra más complicada aún en Afganistán, la amenaza del terrorismo de Al Qaeda, los miles de muertos y cientos de miles de heridos, así como el tremendo déficit y la colosal deuda que esas intervenciones estaban costando. Hasta ahora parecía que el presidente capeaba el temporal. En el terreno económico, tuvo la fortuna de que el gobierno de George W. Bush hubiera iniciado las drásticas medidas financieras que requería la crisis, de forma que la oposición republicana no tuvo más remedio que aprobar su continuación. Diferente ha sido su suerte en Oriente Próximo.
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