El patrimonio nos lleva directamente a los Museos como �soporte físico� que nos permite reunir, catalogar, organizar e incluso ornamentar parte del patrimonio cultural y artístico de una ciudad. Necesita compartir su arte con el ciudadano (ya sea turista, ya sea del lugar), de forma que gracias a esta relación, el arte llegue a convertirse en algo vivo y que avanza y supera el tiempo en el que se creó la obra. Esta fusión temporal �el pasado se funde con el presente- incluye también un intercambio cultural entre la creación y quién la contempla, de manera que surge una nueva obra, que aunque no siempre tendrá una expresión física externa, si modula nuestra vida e inspira el arte del futuro. �El patrimonio ha pasado de ser ese tesoro artístico heredado de nuestros antepasados, que es preciso transmitir a las generaciones venideras, a la actitud y acción de la sociedad contemporánea que elige y adapta elementos de su pasado y su presente, otorgándoles un valor significativo como expresión de su identidad�. La identidad, por tanto, se muestra en el arte (nos dice como fuimos, cómo somos, cómo podríamos ser�) lo que vincula, necesariamente, al patrimonio y a la ciudadanía. Llegados a este punto nos hacemos la siguiente pregunta: ¿es el ciudadano consciente del arte de su ciudad? La tendencia a convertirnos en conocedores del museo sólo cuando somos turistas y estamos en una ciudad distinta a la nuestra despierta aún más nuestro interés por investigar el ámbito más próximo al individuo. Las palabras de Morente del Monte (2007: 18) nos orientan hacia la consideración del patrimonio como algo vivo que se funde con la sociedad, con sus ciudadanos. Y es que a través del patrimonio, conocemos tanto la historia como la cultura, una cultura que nutre y configura nuestra identidad. El ayer condiciona en buena parte el hoy siendo indisoluble la estrecha relación entre cultura e identidad.
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