En las publicaciones fuera de nuestra fronteras se suele definir una actitud como «una tendencia a evaluar una entidad con algún grado de aceptación o rechazo, normalmente expresado en respuestas cognitivas, afectivas o conductuales» (Eagly y Chakine, 1993; citado por Aiken, 2002). El objeto de la actitud se define como cualquier entidad abstracta o concreta hacia la cual nos sentimos predispuestos de forma favorable o desfavorable.
Antiguamente, sólo un pequeño porcentaje de personas sabía leer. Esto empezó a cambiar en la Edad Media, donde la Iglesia cristiana fomenta que todo cristiano alfabetizado debía leer, que la lectura ayudaba a la salvación del alma, que permitía conocer a Dios. Debido a esto el principal objetivo de la escuela fue la lectura (Calvet, Louis-Jean, 2001). Esto empezó a cambiar durante los años sesenta y setenta del siglo XX donde hubo una gran preocupación por parte de las instituciones debido a la gran cantidad de alumnos matriculados. Hasta el momento, los educadores trataban de fomentar una actitud positiva hacia textos de calidad. Tras la masificación en las escuelas esto ya no era posible, ya que los jóvenes tenían un gusto muy moderado por la lectura, y esto les obligo a cambiar las condiciones. Ahora lo importante era hacerles leer, llegando a extremos de no importar el que leían, solo importaba que leyeran. De ahí, la doble obsesión y el objetivo que marca el final del siglo XX «hacer leer y hacer que guste leer» como dijo Chartier (2003).
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