Si un viajero del tiempo tuviera la oportunidad de trasladarse al año 1653 descubriría una España que a pesar de sus incipientes problemas económicos sabía divertirse y disfrutar con las grandezas artísticas del barroco. Es cierto que entre el gentío de las calles de Madrid, el visitante del futuro encontraría centenares de pobres y desamparados, pero también podría tropezarse con alguno de los pintores y literatos que prosperan al amparo de Felipe IV.
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