Los desastres naturales parecen cebarse siempre en los más pobres, en los deheredados, en los menos preparados para hacerles frente. Esta ley universal adquiere una dramática relevancia en África, donde todo es excesivo, sobre todo las plagas. Así, en esta tierra asolada por la violencia tribal, el Sida o el hambre, explotada por propios y extraños y donde la vida tiene un escaso valor, todo resulta catastrófico, desde la sequía hasta las inundaciones. Y -lo que, sin duda, resulta más sangrante-, todo ocurre en medio del olvido de la comunidad internacional. De cuando en cuando, como sucede ahora en Mozambique, el horror adquiere el suficiente dramatismo como para hacerse acreedor a la atención mundial
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