Una máxima muy patria recuerda que España es el país que mejor entierra a sus muertos. Con el primer presidente de la restaurada democracia no iba a ser menos. El tono laudatorio, tan respetuoso como temporal en un país cainita como este, ha presidido de principio a fin el duelo por un hombre que, con altura de miras y más allá de partidismos reduccionistas, poseía un magnetismo especial, el de los líderes que hacen historia. Y a él le tocó firmar algunos de los capítulos más sobresalientes de un país que despertaba de un letargo de siglos y ya nunca más lo reconocería �ni la madre que lo parió�.
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