Con una celeridad olímpica, la Rusia de Vladímir Putin se ha apresurado a abrir los brazos a la península de Crimea como si de un hijo demasiado tiempo fuera del hogar materno se tratara, ante la perplejidad tanto de Estados Unidos como de la siempre lenta de reflejos Unión Europea. Ni la amenaza de sanciones serias para el gigante euroasiático ha frenado el impetuoso movimiento de fichas de un presidente ruso claramente al alza en el tablero geoestratégico mundial. Putin ha demostrado tener muy claro cuáles son sus prioridades.
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