Los economistas juegan en época de crisis el papel ancestral del adivino. En lugar de redomas, vísceras de animales o retortas se cubren con cifras o ecuaciones. Al nuevo nigromante le aúpan los datos, supuestamente exactos, las cifras los entronizan, su lenguaje ininteligible a fuerza de repetido acaba convirtiéndolos en verdades incuestionables.
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