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El Afganistán que deja Karzai

  • Autores: Luis Andrés Bárcenas Medina
  • Localización: Política exterior, ISSN 0213-6856, Vol. 28, Nº 158, 2014, págs. 122-129
  • Idioma: español
  • Texto completo no disponible (Saber más ...)
  • Resumen
    • Pocos presidentes han afrontado una tarea tan monumental como la de Hamid Karzai en Afganistán. Pese al doble discurso ante los afganos y la comunidad internacional, sus 13 años de presidencia han abierto una triple transición: política, económica y de seguridad.

      A lo largo de 2014 asistiremos al final de un capítulo en la historia reciente de Afganistán. Dos jalones van a señalar este punto y aparte: las elecciones presidenciales, que se celebrarán el 5 de abril, y la finalización de la misión de la Fuerza Internacional de Asistencia para la Seguridad (ISAF), que se ha traducido en términos más simples como "el regreso a casa de las fuerzas de combate" de la coalición. Cuando termine el año, Afganistán habrá dejado atrás un periodo durante el cual ha focalizado la atención de gobiernos y opiniones públicas en todo el mundo y que, en su dimensión política nacional, ha estado protagonizado por Hamid Karzai.

      Durante los casi 13 años en los cuales este politólogo pastún, nacido en Kandahar en 1957, ha permanecido en un formato u otro al frente de su país, Afganistán ha experimentado un cambio notable. Los analistas estadounidenses Seth G. Jones y Keith Crane han descrito de forma acertada el proceso que se avecina como las tres transiciones: política, de seguridad y económica, clasificación que parece útil para describir el final de este ciclo histórico. Contemplado con perspectiva y aunque la lista de interrogantes que se abren para el futuro del país es larga, parece evidente que las incertidumbres que Karzai lega a su sucesor están, al menos, en un orden de magnitud por debajo de las que él asumió cuando en diciembre de 2001 se hizo cargo de uno de los trabajos más peligrosos y complicados del mundo: ser presidente de Afganistán.

      En el campo político, conviene hacer una retrospectiva para contextualizar el hecho de que se produzca en Afganistán un relevo de presidentes mediante un proceso electoral, y dentro de unos márgenes de legalidad y legitimidad aceptados internacionalmente. Repasémoslo.

      Cualquier afgano de más de 45 años tendrá memoria del derrocamiento del rey Mohamed Zahir Shah por su primer ministro, Mohamed Daud Khan, en 1973. Recordará el golpe de Estado comunista de 1978, patrocinado por la Unión Soviética, que llevó al poder al Partido Democrático Popular de Afganistán, dirigido por Nur Mohamed Taraki, quien terminó con la vida de Daud, enterrado en Kabul en un lugar secreto del que fue recuperado en 2008. A Taraki lo desalojó violentamente del poder, y asesinó, otro comunista, Jafizulá Amín, en 1979. En diciembre de ese año, tropas soviéticas entraron en el país, y tras una rocambolesca operación, Amín fue asesinado por los soviéticos, quienes colocaron en su lugar al que iba a ser su hombre en Kabul: Babrak Karmal. La evaluación estratégica que los militares soviéticos presentaron a Mijail Gorbachov cuando este llegó al poder en 1986 aconsejaba un radical cambio en la línea de acción adoptada hasta ese momento en Afganistán, cambio que incluía, por una parte, la sustitución de Karmal y, por otro, la retirada progresiva de las fuerzas de combate del país. El elegido para dirigir esta transición desde la ocupación militar a la tutela político-económica fue Najibullah Amín. La disolución de la URSS en diciembre 1991, dejó a Najibullah sin ayuda económica, sin valedor político y sin paraguas militar. Su final fue rápido. A los cuatro meses, en abril de 1992, había sido derrocado militarmente por una coalición muyahidín que llevó el caos a un país ya atormentado por una guerra que duraba desde 1980.

      Nuestro afgano de más de 45 años recordará también con horror el sangriento periodo de conflicto (1992-96) entre los "señores de la guerra", al que puso fin la entrada de los talibanes en Kabul en septiembre de ese año. El final de Najibullah, mutilado, arrastrado y finalmente colgado públicamente en una calle de la capital, junto a su hermano, permanecen aún en la retina. El mulá Omar, cabeza político-religiosa del movimiento estudiantil islamista y pastún, sucedió al por otra parte eficaz Najibullah, hasta que la negativa de su gobierno a entregar a Osama bin Laden a Estados Unidos desembocó en la intervención militar que, bajo diversas formas, ha configurado el telón de fondo de la vida política, social y económica afgana. El mulá Omar huyó, probablemente a Pakistán, escapando por muy poco de una muerte segura.

      En resumen, en los 28 años que transcurren desde 1973 a 2001, de los siete dirigentes que han liderado el país, cuatro han sido asesinados, uno ha huido para salvar la vida y ninguno de ellos ha llegado al poder de forma pacífica. Este trágico recordatorio debe servir para poner en contexto el significado de una transición ordenada y el valor de la intervención militar.


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