Este artículo se dedica a describir cómo las crónicas conventuales y las vidas de monjas sobrevaloran el cuerpo como instrumento de poder y de santificación, tomando el ejemplo del Carmen descalzo hasta los principios del siglo XVII e insistiendo en las tensiones que pesn sobre las prácticas de mortificación y penitencia. Se encuentran a la vez en el proceso de escritura y en la vida concreta de las monjas y se pueden reducir a una tensión fundamental de la institución conventual, que intenta producir a la vez a santas y a monjas uniformes y sometidas a la misma norma de vida. La práctica de la mortificación debe cumplirse acatando a una serie de conminaciones contradictorias. hay que ser a la vez celoso y obediente, encendido y ansioso de hacer penitencia y moderado en su castigo. En el mismo tiempo hay que ser humilde, secreto y que edficar a todos por su ejemplo. Este artículo mostrará que estas obligaciones y las prácticas de penitencia, a pesar de los escrúpulos ineluctables que atizan, son recursos comunes para establecer su poder en el convento.
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