El arte en general y la música en particular fueron objeto de tenaces intentos de regulación durante el nazismo. Ya desde el ascenso de Hitler al poder, en enero de 1933, el ministro de propaganda Joseph Goebbels percibió perfectamente la importancia del control sobre el arte como medio de comunicación de masas. El compositor Richard Strauss, a sus sesenta y nueve años y con una larga trayectoria cargada de fama y honores, llegó a representar un destacado papel durante el nazismo. Pero el equívoco idilio cabaría por romperse.
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