Algunos autores avalan el deporte como medio óptimo para la transmisión de valores, tanto morales como sociales. A través de las competiciones, el entrenador debe fomentar comportamientos basados en la tolerancia, y consideración hacia los otros jugadores, de este modo promueve el respeto al adversario. Otros optan por desvincular el deporte con la ética, pues opinan que no tiene nada que ver, pues en sí mismo, a veces también es promotor de violencia, engaño, protagonismo individual. En lo que no cabe discusión alguna es que cualquier acontecimiento deportivo, tanto individual o colectivo, transmite ciertos valores o en caso contrario los antivalores. (Gutiérrez Sanmartín, 1996). Pero lo importante de ambas perspectivas es como el niño ante la posible selección de posibles contingencias de su comportamiento, elige un tipo de comportamiento y no otro en relación a aquellas contingencias. Esta elección se justifica a través de la Teoría de Autoengaño (Trivers, R, 2007). La persona encargada de trabajar en valores debe exponer las posibles consecuencias de un comportamiento o el contrario, pues a veces el optar por una conducta no ética tiene un costo muy alto para el niño. El autoengaño es una práctica común en algunos deportes, pues el niño valora más el resultado en si mismo que la conducta ejecutada.
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