La crisis que se inició en 2008 ha tenido sin duda unos efectos devastadores sobre el tejido empresarial español, ya que la restricción del crédito ha provocado la desaparición de cientos de miles de pymes y autónomos.
Sin embargo, a pesar de este impacto tan negativo hay una serie de consecuencias muy positivas a largo plazo. En primer lugar la �desbancarización� de la economía, en el sentido de la reducción de la enorme dependencia que se tenía de las entidades de crédito. En segundo lugar, un notable incremento de las exportaciones y de la vocación internacional de la empresa española, acompañado de un notable incremento de movilidad internacional de los profesionales. En cuarto lugar se ha llevado a cabo un profundo ejercicio de racionalización de los estados financieros, reduciendo los apalancamientos y vendiendo activos no estratégicos.
Por último, se ha producido una notable mejora de la productividad y todo ello en un contexto de un país que goza de una de las mejores infraestructuras del mundo. Hay razones para el optimismo.
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