Para cualquier estudiante, la obra de Ana Mendieta es un claro ejemplo de cómo se pueden combinar, a un tiempo, valores inmutables de su cultura original con procesos de cambio y de adaptación.
Lo interesante de la aportación de esta artista es que, utiliza las leyendas y los mitos para ilustrar los aspectos específicos de una determinada herencia cultural, pero en lugar de conformarse con una recreación folklórica, recurre a la tradición como símbolo de experiencias y emociones universales.
El desarraigo (exiliada en EEUU) al que se vio forzada, la hizo muy sensible a la situación de los pueblos indígenas colonizados y le reforzó la idea de la identidad cultural como una energía necesaria para el cambio político y social.
La permeabilidad a nuevas ideas, propias de un ámbito geográfico y cultural desconocido, así como la decidida disposición a integrarlas en su discurso artístico, la sitúan como un caso paradigmático, muy útil en cualquier pedagogía que tenga en cuenta el respeto a la diversidad cultural. Ahondar en este tipo de enseñanza favorece el desarrollo de un pensamiento crítico, complejo y sensible.
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