Después de dos décadas de sangre y despotismo, Taylor ha abandonado Liberia. Deja espacio a una paz apadrinada por los estados de Africa Occidental y EE UU, pero que nace inestable, de la mano de su colaborador Moses Blah. En su exilio de oro, a salvo de la justicia que lo reclama, Taylor es el último representante de una serie de sátrapas, de quita y pon, que prosperaron al calor de los intereses o la confusión de Occidente
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