El verdadero rostro de un dictador se destapa cuando, tras décadas de despotismo contra su propio pueblo, dice adiós marcando él mismo los tiempos pese a que la aclamación popular exige su marcha inmediata y el sátrapa hace oídos sordos amenazando con la imposición del orden a sangre y fuego. Todas las caídas se parecen unas a otras.
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